domingo, 26 de septiembre de 2010

Bérénice Einberg

Cuando sea mayor, en vez de corazón ya sólo tendré un pellejo vacío y seco. Christian me dejará fría, completamente indifirente. Ningún lazo que no haya tejido con mis propias manos nos unirá. Ningún impulso me guiará hacia él: me dirigiré a él por mis propios pies. Me gusta pensar que somos dos piedras a las que me he propuesto transplantar de una a otra mi sangre. Un diálogo quedará establecido entre ambas piedras. Mi transplante quedará coronado con el éxito. Soy una alquimista enloquecida por los vapores de mercurio. Amaré sin amor, sin sufrir, como si fuese de cuarzo. Viviré sin que lata mi corazón, sin tener corazón.
Las historias de amor me cansan. Considero fallida, arruinada, mediocre, la vida de aquellos cuya vida es una bonita historia de amor. Siempre pasa lo mismo. Ella y él. Vienen de una y otra punta de ninguna parte y se enamoran. No se conocen. Se acercan cara a cara, se miran y sienten sus corazones encenderse, empaparse, inflarse. Se gustan. Me gusta quererlo. Te gusta amarlo. Se aman y, surgidas de las oscuridades de la tierra, miles de campanas repican. Él está extasiado y no ha hecho nada por ello. Ella está en la gloria y no ha hecho nada para ello. Les ha caído todo del cielo. Sufren una presión y dejan que crezca. ¡Es vil! ¡Es indigno! Han caído en la trampa y se encuentran a gusto. Se gastaron una broma y, ciegamente, como si fueran tontos de remate, se regocijan en ello. Son victimas de un complot, cómplices de una maquinación.
Me llamo Bérénice Einberg y no permitiré que me induzcan a error. No hay que dejarse llevar para amar. Es como abandonarse.

El valle de los avasallados - Réjean Ducharme-.


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Rayos de luz en la oscuridad